Santa Cruz está situado al sureste de la provincia de Cáceres a 15 Km. de Trujillo en dirección a Miajadas, junto a la A-V, en la falda norte de la sierra que lleva su nombre. En los siglos XVI y XVII, principalmente, fue lugar de residencia permanente o eventual para parte de la nobleza trujillana. Está documentado que allí vivieron durante esa época los Torre Hinojosa, Escobar, Alvarado, Chaves, Chaves Orellanas, Paredes, alguna rama de los Pizarro, etc., además de otras familias de hidalgos como Miranda, del Toril, de la Rivera, de la Fuente, de la Cueva, Hontivero, Vicioso, Vaca… Y aquí dejaron sus pequeños palacios o casonas solariegas, cuidadosamente construidas con un granito más moldeable que el de la sierra. Pero todo ello, que hoy sería un lujo y un orgullo de la localidad el contemplarlo y poderlo mostrar, ha ido desapareciendo y es escaso lo que de aquella época se conserva. Unas veces, piedra a piedra se han vendido al mejor postor, y otras han sido hurtada muestras enteras de fachadas o parte de ellas, ventanas, escaleras, cocinas, cantareras…, sin que nadie impidiera su salida de la localidad, como un bien patrimonial y cultural, que le pertenecía.

De todo ello, a mi modo de ver, sobresalía por su amplia y hermosa construcción el convento agustino recoleto, que además contenía un pozo milagroso dentro de la iglesia conventual, aunque esto no siempre fue así. Desde el siglo XVI, al menos, se tenía noticia de que en dicho enclave aparecían unas luces misteriosas y “había un pozo cuyas aguas tenían la virtud de sanar enfermedades, especialmente de viruelas, y en busca de ellas venían gente “desde lo más remoto de este reyno y también del de Portugal”[1].

Don Isidro Parejo Bravo, cura de Santa María de Trujillo a mediados del siglos XVIII, afirma que al obispo de Plasencia, don Pedro González de Azebedo (obispado 1595 a 1609) se le aparecieron en “visión imaginaria unas luces que han salido de este sitio, y en él estuvo tres meses pidiendo a Dios le declarase su voluntad, …, aquí recibió información de personas fidedignas y de la mayor distinción, que declararon haber visto muchas y varias veces dichas luces y ver venir muchos enfermos de diversas partes y habiendo bebido sus aguas quedar sanos de diferentes achaques”, y reconoce que no hay memoria desde cuando vienen sucediendo estos hechos[2].

Con anterioridad al primer cuarto del siglo XVII ya habla de esos sucesos, entre otros, D. Sancho Dávila lib. 3 De la veneración de las reliquias, cap. 11, nº 3.

Bernabé Moreno de Vargas en su “Historia de la ciudad de Mérida”, año 1633, escribe que en dicha localidad “de ordinario se ven unas luces milagrosas, y se entiende son señales de que allí están escondidos algunos cuerpos de santos, pues otras semejantes luces se han visto adonde había cosas de este género”[3]

El que estuviese el pozo en la iglesia conventual es debido a que el 6 de julio de 1627 Don Juan de Chaves y Mendoza compra el pueblo, con todo lo que en él había, incluido sus habitantes[4]. Pero la venta de la localidad supuso un gran revés para sus vecinos, que optaron a su propia compra, sin que el rey diera opción a ello, a pesar de haberlo prometido en la orden de venta. Se opusieron igualmente 12 sacerdotes que por entonces había en el pueblo. El señor de la villa, para contrarrestar la influencia que pudieran ejercer los clérigos locales, llama a los agustinos recoletos, una de las órdenes religiosas reciente, que había alcanzado cierto prestigio y estaba deseosa de extenderse por el territorio nacional. Y para su instalación les entregó 30.000 reales y una casa, que estaba junto al pozo, que por entonces “tenía un brocal de cantería bien labrada, y estaba debajo de un portal mantenido con cuatro postes”[5].

El 18 de diciembre de 1529 se instaló la primera comunidad de religiosos descalzos en Santa Cruz, formada por el prior fray Andrés Aguilera de la Madre de Dios y cuatro frailes, que se dedicaron a la cura de almas con asistencia a las parroquias de las localidades vecinas. Y comenzaron a construir un amplio convento que albergaría a un número elevado de frailes, llegando hasta 33 religiosos en su máximo esplendor. Muros de mampostería y bóvedas de arista realizadas con ladrillos, según se aprecia actualmente, sostenían el edificio de dos plantas, aunque en algún tramo llegan a alcanzar las tres, de forma rectangular con un claustro interior semejante.

Adosaron al lateral derecho del edificio conventual un hermoso y amplio templo hoy algo mejor conservado, gracias a la solidez de su fábrica, a pesar del abandono y el paso del tiempo. Las paredes de mampostería son gruesas y altas y están reforzadas con contrafuertes, cerradas las esquinas con sillares y coronadas con una sencilla cornisa granítica. Tres ventanas de tamaño mediano en derrame, rematadas con arcos escarzanos de ladrillo, se abren en la parte alta del crucero de la epístola y de las dos secciones continuas respectivamente.

La fachada principal, que contiene el único acceso a la iglesia desde el exterior, está a los pies, y daba a una lonja o atrio convertido hoy en calle pública. La puerta es un arco de medio punto con pilastras, apoyadas sobre un pedestal, decoradas con placados cajeados longitudinales, levemente almohadillados, que se prolongan a través del arco. Placados triangulares en las enjutas. El símbolo de la orden está sobre la clave del arco -un corazón del que sale una llama, atravesado por dos saetas en aspa-. Una cornisa volada lo separa de un segundo cuerpo que contiene en su parte central una hornacina con venera entre dos pilastras, lugar destinado a una ruda imagen de San Joaquín, tallada en piedra, padre de la Virgen María, advocación a la que estuvo dedicado el templo, que hoy se encuentra en la parroquia. Pequeñas pirámides superpuestas en los laterales adornan a este segundo cuerpo. Otra cornisilla actúa de cierre superior y, sobre ella, una cruz entre dos pirámides rematada con bolas. En el mismo eje, e inmediatamente encima de la cruz, se abre una ventana adintelada sin decoración con cornisa. Corona la fachada un frontón recto actualmente muy deteriorado con un óculo o ventana redonda en el centro que servía de adorno. A ambos lados de la hornacina están los escudos nobiliarios de la casa Chaves y Mendoza con las demás familias que fueron emparentando, colocados en el 1777 en agradecimiento por las muchas mercedes que seguían recibiendo de sus benefactores.

El templo tiene planta de cruz latina. El ábside y brazo derecho de la cruz formaban amplias capillas. El cuerpo de la iglesia lo constituye una sola nave distribuida en tres secciones. Bóvedas de cañón con lunetos cubren todo el edificio, apoyadas sobre arcos fajones y formeros graníticos de medio punto que descansan sobre los propios muros o sobre sencillas pilastras adosadas. El crucero lo forman cuatro pechinas que sostienen un pequeño tambor, sobre el que se levanta una amplia cúpula de media naranja o semiesférica de ladrillos, lucida en su parte interior y decorada con molduras radiales a manera de cordón helicoidal, motivo decorativo que se extiende por el perímetro de las pechinas.

El centro del crucero lo dedicaron al pozo de aguas milagrosas. Cuatro óculos en la cúpula, señalando la dirección de la cruz, daban claridad y luz al pozo, para el que construyeron un brocal redondo de una sola pieza maciza de unos 50 cm. de alto, de roca bien labrada con cuatro pétalos u hojas elípticas, colocadas en forma de aspa con círculos en el centro, encajadas en cuadrados, que circunda al símbolo de la orden, un corazón del que brota una llama. Al otro extremo está adosada una especie de pila de agua bendita avenerada, sin fondo, simulando media concha, destinada a los recipientes del agua milagrosa y, con el fin de que no se derramase una sola gota, hicieron un desagüe que vierte al pozo.

El coro ocupa el tramo de los pies de la nave central, sostenido por un arco escarzano y bóveda de cañón con lunetos; se prolonga por los laterales con balcones o tribunas formadas por grandes modillones-ménsulas de granito. Restos de pintura con motivos vegetales, geométricos y animados se conservan en ambos edificios, que, a pesar de que están muy deterioradas, los expertos las han catalogados de finales del siglo XVII o principios del XVIII.

La construcción del templo debió terminarse en la última década del siglo XVII, aunque no sabemos quién planificó y dirigió las obras. Pero la riqueza ornamental –fachada y decoración interior- y la nobleza de sus proporciones responden al esquema barroco de la época en que fue hecho. La finalización de las obras no supuso el olvido del misterio que envolvía al lugar. Los frailes, que no se explicaban la aparición continua de las luces y las aguas milagrosas, estaban convencidos de que en el subsuelo o en algún sitio próximo permanecían escondidas valiosas reliquias. Fray Simón de San Agustín mandó hacer excavaciones en el 1699, pero el Lignum Crucis, que era lo que con mayor insistencia buscaban, o parte de la cátedra de San Ildefonso, ni siquiera el sepulcro de algún santo, que diese respuesta a esos signos externos, aparecían. No obstante, el templo se convirtió en lugar de peregrinación y oración principalmente para la zona, y son muchos los fieles que entregan generosos donativos o encargan misas a perpetuidad por su alma.

El 18 de septiembre de 1835 se produce la exclaustración de los frailes de Santa Cruz de la Sierra y el convento con el templo se venden. Pero el pozo continuaba manando aguas milagrosas que se aplicaban para curar la viruela del ganado lanar, una vez que la vacuna que erradicó dicha enfermedad en las personas ya estaba inventada. Así lo acredita don Manuel Hidalgo, maestro de la localidad en el 1898.

Con el transcurrir del tiempo, que lo borra todo, el pozo cayó en el mayor de los olvidos y se cegó, algunos se atrevieron a afirmar que el emplazamiento más antiguo había sido el de una mezquita, al ver las aguas en su interior, y el templo terminó convirtiéndose en pajal, establo y albergue para utensilios agropecuarios.

Pero en 1999 publico dos artículos, uno reducido en la revista Comarca de Trujillo, nº 188, y un segundo más detallado en la revista Alcántara, nº 47, de Cáceres, a los que siguieron otros varios, donde expongo la trayectoria de las aguas milagrosas y las destellantes luces, consciente de que los habitantes debían conocer su pasado. Los vecinos lo leen, lo comentan y el lugar se adecenta por parte de la propiedad. Y los visitantes pueden contemplar parte de la historia del lugar resumida en dicho pozo. A pesar de que cada uno cuenta el hecho a su manera, todos entienden que aquello está lleno de historia y es significativo para el pueblo. Pero un buen día el brocal aparece a la puerta del convento y las autoridades locales entienden que alguien quiere llevárselo y hablan con la propiedad y con su permiso lo trasladan al Centro de Interpretación, recientemente creado en la localidad, donde pronto se convirtió en un reclamo turístico importante para el pueblo. A principio del verano pasado el dueño de la finca, sin más explicaciones, se llevó el citado brocal a Trujillo y el asunto quedó en manos de SEPRONA.

Un expolio más de los muchos que ha sufrido esta localidad a lo largo de los tiempos, aunque aún me queda la esperanza de que no tardando mucho la citada pieza histórico-artística vuelva a Santa Cruz de la Sierra, por formar parte de su patrimonio, y las autoridades competentes a nivel regional hagan todo lo posible porque así sea, si verdaderamente queremos promocionar a nuestros pueblos.

 

[1] Vid. I: 1786. 

[2] Vid. I: 1786. 

[3] MORENO de VARGAS: 172.

[4] Vid. CILLÁN: 2015.

[5] Vid. I: 1786. 

Convento Agustino en Santa Cruz de la Sierra (Cáceres)

Vista posterior del Pozo Milagroso del Convento Agustino en Santa Cruz de la Sierra (Cáceres)

Vista frontal del Pozo Milagroso del Convento Agustino en Santa Cruz de la Sierra (Cáceres)

Bibliografía utilizada

 BARRIENTOS ALFAGEME, G.: Extremadura. Por López (1785/1786). Mérida. Se cita (I-1786).

CILLÁN CILLÁN, F. (1999): “El convento agustino de Santa Cruz de la Sierra” en la revista Comarca de Trujillo, nº 188, agosto-septiembre, págs. 60-62.

– (1999): “El convento de Santa Cruz de la Sierra: de oratorio alcantarino a convento agustino”, en la revista Alcántara. Cáceres, nº 47, mayo-agosto, págs. 59-94.

– (2001): “Los frailes agustinos en Santa Cruz de la Sierra” en XXVII Coloquios Históricos de Extremadura, 2001, págs. 63-80.

– (2003): “La Arquitectura de la Iglesia conventual de Santa Cruz de la Sierra” en revista Piedras con raíces, Ed. Asociación por la Arquitectura Rural Tradicional de Extremadura, Cáceres.

– (2014 ): “El convento agustino de Santa Cruz de la Sierra. Historia y arte” en la Revista Agustiniana. Vol. LV-Mayo-Agosto. Número 167, págs. 349-372. Guadarrama. Madrid. ISSN 0211-612X. Depósito Legal: M-17033-2013. (Francisco Cillán  y José Antonio Ramos).

– (2015): Venta de Santa Cruz de la Sierra, un lugar del alfoz de Trujillo. Diputación Provincial de Cáceres.

– (2016): “Aportaciones Históricas-Antropológicas: Los Agustinos Recoletos en la Provincia de Cáceres” en Revista Agustiniana. Vol. LVII. Septiembre-Diciembre. Nº. 174.  Elaborado por José Antonio Ramos Rubio y Francisco Cillán Cillán. Guadarrama (Madrid). Págs. 523-550.

– (2018): “Análisis de los monumentos de Santa Cruz de la Sierra”, en la Jornadas Internacionales de la Tierra de Trujillo, celebradas en Santa Cruz de la Sierra el 9 de junio, con motivo del V Centenario del nacimiento de Ñuflo de Chaves. Inédito.

HIDALGO AGUILAR, M. (1896): Apuntes para una historia de Santa Cruz de la Sierra. Inédito.

Libros Sacramentales de Santa Cruz de la Sierra.

MORENO DE VARGAS, Bernabé (1633): Historia de la ciudad de Mérida. Institución Cultural “Pedro de Valencia”. Diputación Provincial de Badajoz, 2ª edición, 1974.