Cuenta Montijo con una Patrona cuya advocación se remonta a unos centrados entre el Medievo y la Modernidad. Uno de los aspectos que obviamente más nos interesa desde el punto de vista de la investigación en torno a la Historia de esta Hermandad bajo la devoción de Nuestra Señora de Barbaño es precisamente la constante renovación de su devenir histórico. Se trata de una institución que tiene sus orígenes documentales en el siglo XVI y sus antecedentes devocionales incluso más atrás en el tiempo, la historia y el conocimiento de la misma nos es siempre de gran interés. Es interesante cómo el pueblo montijano sabe retener en su «memoria colectiva» aquellos recuerdos y aquellos momentos que precisamente de la mano de la historia más le acerca a su actual presente y a su devoción actual (siempre interesante desde el campo por ejemplo de la Historia de las Mentalidades o de la propia Historia Social). Nos ha llegado una imagen enviada por María Gutiérrez Viloria sobre una imagen de la Stma. Virgen de Barbaño Patrona de Montijo, con su oración correspondiente del año 1931.
En esos momentos y en ese año comenzaba en España la IIª República (1931-1936), que sustituye al reinado de Alfonso XIII el cual comenzó desde el momento de su nacimiento, pues «nació siendo ya rey» en 1886 para finalizar precisamente en el año en el que aparece datada la imagen, 1931.
Además del valor iconográfico que nos permite ver la ornamentación de la imagen (por ejemplo el Niño Jesús no es el actual y es de mayor tamaño), en la parte del reverso aparece la oración de «invocación a la Virgen como Patrona de Montijo» y en ella podemos leer el rico contexto moralizador propio de la época y el modelo de religiosidad y piedad popular igualmente propias del primer tercio del siglo pasado (XX). Era obispo de la entonces Diócesis de Badajoz (actual Archidiócesis de Mérida-Badajoz), Monseñor don José María Alcaraz y Alenda cuyo episcopado abarcó desde 1920 a 1936.
Situada en la arteria central de Montijo y con el nombre de la que fue emperatriz de los franceses por su matrimonio con Napoleón III. Eugenia María Guzmán Portocarrero (Granada, 1826-Madrid, 1920), hija del VIII conde de Montijo, don Cipriano Portocarrero y Palafox (1784-1839) y María Manuela Kirkpatrick de Closeburn. Eugenia de Montijo, que así quiso llamarse, fue hermana de María Francisca Portocarrero Palafox (1825-1860), cuatro veces grande de España, por sus títulos de XII duquesa de Peñaranda de Duero, XVIII condesa de Miranda del Castañar, IX condesa de Montijo y Baños, que contrajo matrimonio con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV duque de Alba.
Antes de nominarse Avenida Emperatriz Eugenia, fue Arriba e Iglesia, tramo que iba desde la Plaza Mayor hasta el Campo de la Iglesia. En la actualidad está formada por la Avenida, Plaza de la Constitución y Castelar.
Llamo a la memoria de los quehaceres de este territorio: El cine Emperatriz, donde la luz corría por el pasillo en busca de la pantalla. La zapatería de Juan López. El estanco de Tirado. La taberna del Basero, Cristóbal Gil Hidalgo. La carnicería de María Cruz. El Banco Central. Cafetería Mariola. El Banco Hispano Americano, luego Central Hispano. El puesto de pipas y chucherías de Toribio Jiménez Díaz. El jardín que tuvo en su parte central la Avenida. El comercio de Manolo Piquito. Demetrio Holguín, que fue militar y tuvo una barbería, donde hoy está la Administración de Loterías. Juanita Holguín Pedraja, que cogía las carreras de las medias. Los hermanos Navarrete, que eran de Lucena y ponían, en la feria, allí, un puesto con artículos de ferretería. Tomás Holguín Pedraja, ganador de un concurso de mecanografía en la Feria, seguido por los hermanos Alejo y Santiago Mendo Galán. Paco el dulcero y sus bombones de bellota Loriana. Retales La Rambla, la Heladería Gradel (Gragera Delgado)… Pero especialmente enmarco los saludables paseos de las parejas, avenida para arriba, avenida para abajo.
Buceando entre miles de partidas de los libros sacramentales de los archivos parroquiales (bautismo, matrimonio, defunción…), uno se encuentra con una información muy variada que nos habla de muchas cosas del pasado: la procedencia de nuestros antepasados, los pormenores de los matrimonios o las causas de la altísima mortalidad infantil de los siglos pasados…en fin, unos datos que nos ayudan a conocer con bastante detalle cómo eran las sociedades del pasado.
En Tornavacas, afortunadamente, tenemos libros sacramentales que se remontan al siglo XVI. Y ellos nos proporcionan una información de gran interés para conocer a nuestros antepasados y también nos sirven para hacernos una idea bastante real de cómo era la vida hace siglos.
Por
De entre la abundante información que se puede extraer de estos libros, hoy traemos una curiosidad de entre las muchas que se pueden encontrar: la de los niños expósitos. Criaturas que, con pocas horas de vida, eran «expuestas» en domicilios particulares o en lugares señalados del pueblo. ¿Y qué quiere decir «expuestas»? Pues que eran dejados en un sitio, por su madre o padre biológico, para que fueran vistos y recogidos por otras personas. ¿Y por qué ocurría esto? Pues el motivo de esta práctica tiene muchas explicaciones: eran criaturas que nacían de relaciones previas al matrimonio, fuera de este o simplemente eran tenidos por familias que no los podían mantener o hacerse cargo de ellos.
Veamos un ejemplo del siglo XIX. Una partida de bautismo del año de 1853 de un niño expósito, cuyo nombre puesto por el párroco omitimos -aunque sería fácil de averiguar pues se los solía poner el nombre del santo del día en el que nacían-, que nos dice así:
«XXXXXXX, de padres desconocidos.
En la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de esta villa de Tornavacas, en diez de enero del año de mil ochocientos cincuenta y tres, yo el infrascrito Cura Rector de ella, bauticé solemnemente a un niño que nació el ocho de dicho mes y año y puse por nombre XXXXXX, hijo de padres desconocidos aparecido a la puerta de su Iglesia de esta villa con una papeleta de haber nacido el ocho expresado y habiendo recibido agua fue su madrina Amalia Merino de esta villa y lo firmo. Jesús María Jiménez [párroco de Tornavacas]»
Estos niños expósitos, por esta razón de ser «expuestos» en lugares públicos y al no tener padres conocidos, solían recibir el apellido Expósito. En otros casos, tras ser bautizados, también solían recibir el apellido Iglesias. Algunos encontraban familia o lugar de acogida mientras que otros fallecían a las pocas horas, especialmente en invierno, a causa de las condiciones climatológicas que soportaban durante el tiempo en el que permanecían «expuestos».
En Tornavacas, de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX, tenemos localizadas más de 100 partidas de bautismo de estos niños expósitos que eran dejados en lugares públicos como la calle, caminos o, directamente, en las puertas de las casas de vecinos que se sabía que iban a cuidar de ellos. Y es que este fenómeno fue muy común en siglos pasados y de ahí la creación de lugares como las casas cuna, hospicios o casas de expósitos, en donde se acogían a estos niños y niñas.
El 12 de julio de 1909 nace Alberto Hurtado Florencio. Ese mismo año, el 21 de noviembre nace Norberta Requejo Borrega. Alberto y Norberta contraen matrimonio y nacen dos hijos: Miguel y Milagros. Miguel nació el 23 de abril de 1935 y Milagros nace el 13 de febrero de 1940.
El matrimonio, con sus hijos, vivieron en el Fortín y cuando Milagros tenía seis años se trasladan a la Plaza Mayor nº 13, donde arrendaron la casa hasta que posteriormente la compraron.
Al llegar a la Plaza, el señor Alberto abre un bar y a los dos o tres años, su mujer, la señora Norberta, pone una tienda de comestibles, ultramarinos, que pasados los años regenta su hija Milagros. Por su parte, Miguel, que era carpintero, atendía su carpintería en su casa, oficio que aprendió del señor Casto en la calle San Juan.
Miguel se casó con Matilde Blanco Núñez y tienen cinco hijas, Milagros, María del Mar, María Luisa, Ana Isabel y Patricia. Miguel emigró a Barcelona como muchos zarceños por esa época. Antes estuvo trabajando en el Salto de Alcántara y al recalar en Barcelona trabajó como carpintero en un astillero y como anécdota, contribuyó a la reparación de un barco de Manolo Escobar.
El negocio de Alberto Hurtado Florencio era conocido como “Bar Moreno”. Este nombre no le provenía ni por su apellido, ni por ser moreno, sino que Alberto, siendo joven, cuando se esquilaban las ovejas, ayudaba en estas tareas y los esquiladores cuando se producía alguna herida con la tijera a las ovejas le decían a Alberto: “trae ceniza Moreno”, pues la ceniza ayudaba a curar y a Alberto le llamaban así, cariñosamente y por ello el bar se denominó “Bar Moreno”.
En una ocasión Alberto había hecho un pedido de suministros para el bar y al llegar el distribuidor vio que en la puerta había un cartel nuevo que ponía “Bar Moreno”, ante lo que el distribuidor preguntó que si el bar lo llevaba ya otra gente, pues en los papeles del distribuidor rezaba “Alberto Hurtado Florencio”.
Alberto, “Moreno”, no se conformó con llevar solo este bar, durante algún tiempo, junto con Francisco (Paco) Durán Clavero, que tenía otro bar al lado del Ayuntamiento, gestionaron ambos el bar del Cine Teatro Bofill, también en la Plaza.
El bar de Moreno era un lugar muy visitado por los zarceños y en muchas ocasiones por los Guardias Civiles que vivían en casas cercanas a la Plaza, pues el cuartel de la Guardia Civil estaba en el Altozano y en el cuartel solo vivían los mandos.
Norberta, mujer de Moreno, hacía un bacalao en escabeche buenísimo que acompañado de buen vino y cervezas posibilitaba que muchos clientes pasaran un excelente rato en invierno echando una firma al brasero de picón.
En el piso de arriba, de la Plaza nº 13, había un salón para el baile, con el suelo de madera y Norberta se ponía en la puerta para controlar la entrada, pero siempre había “algún listillo” que por la reja del balcón quería colarse. El baile era los domingos y en muchas ocasiones tocaba Miguel, hijo de Moreno, la trompeta, que había aprendido a tocar con “tío Guiñapo” y la batería la tocaba Isidoro Guardado Montero, recientemente fallecido, hijo de Isidro Guardado Sánchez y de María Montero Rodríguez. Como el suelo era de madera, las muchachas se quitaban los zapatos y los metían debajo de los bancos alrededor del salón y la explosión y la alegría aparecía cuando se tocaba “La Raspa”.
Bar, tienda y salón de baile en la misma edificación, un lugar de encuentro en Zarza, un lugar de conversación y diversión de la mano de “Moreno” y Norberta y sus hijos Miguel y Milagros.
Moreno murió el 28 de octubre de 1981, Norberta, casi con 99 años murió el 22 de septiembre de 2007. Miguel nos abandona el 31 de julio de 2013.
Viendo a Milagros, seguro que en la retina de muchos zarceños permanecen esos recuerdos, recuerdos inolvidables para las generaciones de zarceños que al son de la “Raspa”, el escabeche y el buen vino, pasaron inolvidables momentos en el “BAR DE MORENO”.
Comentarios recientes